Mi cuerpo se aparca en algún lado de la casa impasible y sin ganas de luchar y moverse las 24 horas del día. Tengo peleas con él para hacer cosas, no se en que momento mi cabeza y el corazón se independizaron de él, pero así ha sido. Mis pensamientos vuelan raudos con una fuerza descomunal, mis ansias de hacer cosas recorren relampaguantes por la sangre de mis venas pidiendo a gritos pintar, escribir, salir, pero aún a día de hoy, hay veces, que no consigo hacerle entender a mi interior que el exterior está en plan de huelga indefinida...
Unicamente, cuando la música entra por mis oídos y su magia envuelve con sus cuerdas y sus notas mi cuerpo, se mueve, se aligera, me deja arrastrame hipnotizada hacia su mundo y fluir etérea entre la melodía hechizante. Cada noche, intento emborracharme de canciones que hacen vibrar hasta el último pelo de mi cabeza; ebria de ellas me transporto a los recuerdos agradables y las sonrisas se dibujan en mi cara como lluvia de mayo, refrescantes y agradecidas. Todo mi ser se convierte en un mar en calma...
En clase de danza oriental, cuando empieza a sonar, consigue una vez más que baile. La música, sin duda un regalo para el ser humano, hace que en esos momentos, rodeada de mis dakinis, olvide todo lo malo de mi vida, las pasadas y las presentes. No me muevo como quisiera, pero para mí es suficiente. Poder aguantar de pie sin irme al suelo, levantar brazos, hacer puntas, mover las caderas, no tiene precio para mí. Eso no quiere decir que no me siga contracturando, pero cuando vuelvo a centrarme en la música, vuelve a desaparecer todo...
Como una mariposa vuelo hacia su néctar para refrescar este cuerpo magullado y machacado, para que el corazón siga dando pulso y mi cabeza siga despierta a pesar de las nieblas.
Siempre conmigo, siempre en mi garganta para cuando canto, siempre los hilos de marioneta para desplazarme y dejar de sufrir...
Siempre un motivo para sonreír y ser feliz...
Siempre, mi vida entera
