25 mar 2017

Una de mis salvaciones: los libros.

A veces me cuesta entender porque hay gente que no lee. Ojo, no tengo nada en contra, que cada uno es libre de hacer lo que quiera. Es tan sólo que no lo entiendo.

Debe ser porque he crecido con un libro entre las manos desde que tengo memoria. Ahora voy envejeciendo con un ebook a punto de explotar con tanta novela.

No hablo de leer para adquirir mayor cultura o desarrollar más la mente, no. Yo hablo desde el lado en que los libros han sido una de mis salvaciones desde el momento en que nací, o más bien, desde que fui capaz de poner las letras juntas y formar palabras.

Poder evitar la realidad ha sido, y es, algo muy valioso para mí.


Recuerdo ir a fiestas de cumpleaños y no jugar con los demás niños. Yo me buscaba un rincón y devoraba el libro que hubiera encontrado en casa del homenajeado/a. Los demás niños me miraban raro, pero a mí me daba lo mismo. Yo estaba en mi mundo, un mundo mucho mejor que el suyo.


No veía la hora en que mi madre me viniera a recoger; llevarme ese libro a mi casa y leerlo tranquilamente sin aquella panda de lunáticos chillando como animales.


Los domingos que no íbamos a la montaña, iba con mi padre al Mercado de Sant Antoni a buscar y comprar más cuentos y novelas. Era el día más feliz de mi vida. Libros y la compañía de mi padre. No podía pedir nada más.


Mis padres eran felices porque leía mucho. Jugaba un poco con mis muñecas, pero después, me pasaba el resto del tiempo leyendo. 


Pero lo que ellos y, el resto de gente no sabía era que, los libros, me estaban ayudando. Podía esconder lo que realmente pasaba y dejarme llevar por la imaginación.


Y, ¿qué era lo que realmente estaba pasando, os preguntaréis? Pues... Los abusos.


Sí. Hubo un familiar que abusó de mí siendo una niña pequeña. A los 5 años no entiendes una mierda de la vida y crees que es algo normal. Y como la otra persona te dice que tienes que guardar el secreto si no, tus padres, se enfadaran contigo y no te querrán, pues vas y te lo crees a pie juntillas.


Miras a otros niños y quieres preguntarles si les pasa lo mismo, pero la vergüenza es más fuerte que cualquier sentimiento de valentía.


Callas... Callas.... Y callas....


Callas tanto que, el silencio y tú vais cogidos de la mano.


La gente pensaba que era muy tímida, pero la verdad es que me daba miedo que la gente supiera lo que pasaba y dejaran de hablarme. A esa temprana edad, me costaba confiar en los hombres. Me sentía incómoda cuando me abrazaban o me decían de montar en sus piernas al caballito. 


Gracias a Dios, ese sentimiento nunca pasó con mi padre. Él fue siempre lo más para mí. Y ahora, con mi marido, pues me siento muy cómoda también.


Callé tanto que, aprendí a olvidar todos los fines de semana en que visitábamos a mi abusador y, todos los juegos sexuales que aprendí a tan temprana edad.


Callé tanto que, aprendí a vivir a través de los libros que leía. Todo finales felices. Luego aprendes que eso no existe.


Callé tanto que, ya no sé vivir sin las palabras escritas.


Los libros han estado ahí en ese momento. En el momento en que comprendí que nunca sería suficiente para mi madre y, después, murió. Cuando la vida en el colegio fue un infierno. Cuando me violaron a los 18 otra vez. Cuando me volví bulímica. Cuando vencí todo sola y llegaron mis hermosas enfermedades. Cuando perdí a mi padre. Cuando ahora mi salud va empeorando y sólo quiero vivir.


Pero también han estado en los momentos felices. Poquitos, pero tan preciados y maravillosos, que siguen iluminando la parte oscura y vestida de invierno de mi mundo.


Gracias a todos los que escribís porque sin vosotros, mi mundo no sería mundo y, haría tiempo, que hubiera dejado de existir.

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